Los Desastres son Oportunidades para Experimentar la Incarnación de Cristo


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Cuando el huracán Irma se acercaba al Sur de la Florida, como superior de los Franciscanos por la Vida otorgué a los hermanos permiso para salir de la Florida, buscar refugio en un sitio más seguro, o quedarse en la casa de la comunidad.

Personalmente, escogí quedarme en la casa de la comunidad, también conocida como nuestra “casa madre”. Esto no es asunto de ser bravo o héroe. Sencillamente es nuestra forma de entrar en unión con los pobres. Nuestra casa se halla en una comunidad de bajos recursos. La gente aquí no tiene el dinero para ir lejos. Sus opciones eran ir a unas de las escuelas públicas buscando refugio o fortificar sus casas lo mejor posible y quedarse ahí.

Con frecuencia, el Papa Francisco habla sobre salir a las periferias. También ha utilizado expresiones como “tener olor a oveja”. Contrariamente a lo que muchos piensan, estas ideas no son nuevas.

En el Antiguo Testamento encontramos a Moisés, quien creció como príncipe siendo hijo adoptivo de la princesa. Él sale al encuentro de los esclavos hebreos, respondiendo al mandato del Señor de librar a Su pueblo de la esclavitud. Dios le dijo a Moisés que guiara a Su pueblo fuera de la esclavitud, pero no le quitó su libertad individual. Moisés podía volver a su vida de comodidad y haber dejado que Dios buscase alguien más para que saliera a las periferias y lidiara con los esclavos hebreos que eran pobres, incultos, y a veces infieles a su religión. En otras palabras: los hebreos en esclavitud vivían “en las periferias” por muchas razones. Eran esclavos, extranjeros, monoteístas, no tan sofisticados como los egipcios, y frecuentemente infieles a su religión. Sin embargo, Moisés sale a su encuentro. Los guía fuera de Egipto y muere en medio de ellos.

En el Nuevo Testamento, Nuestro Señor Jesucristo se acerca a los recaudadores de impuestos, a los Samaritanos que fallaban en religiosidad, y a los que la sociedad rechazaba por tener discapacidades o lepra. El Señor se hace uno con ellos. Igual a ellos es víctima, pero Él es la víctima sin mancha de pecado que será elevada en la cruz como ofrenda por los muchos.

En fin, quisiera mencionar a San Francisco de Asís. Francisco vivió y sirvió entre los leprosos. Mendigó  por su  manjar como un peón, a pesar de ser hijo de un rico comerciante. Él y sus hermanos vivieron en refugios muy pequeños y primitivos. Con frecuencia se refugiaban debajo de pórticos para que la lluvia no les mojara demasiado, y allí pasaban la noche.

Cuando un hombre hace votos como Franciscano por la Vida, sabe con seguridad que su vida jamás será igual.

Dejará detrás de sí todo aquel que consideraba “normal” y “correcto”. Abrazará una vida que puede parecer en contra de la naturaleza. La nuestra es una vida en fraternidad con los que no tienen voz. Hacemos voto de hacernos uno con ellos. Nuestra pobreza no es una imposición del pecado del hombre, sino un don de Diós. La abrazamos como la Segunda Persona de la Santísima Trinidad abrazó nuestra humanidad.

Hombre desamparado busca refugio en una parada de autobús durante el huracán Irma

Es importante que las personas de fe oren por las víctimas de los huracanes Harvey, Irma, y José. También es importante que aquellos entre nosotros que tienen la posibilidad de hacerlo se acerquen a las víctimas de estos desastres naturales.

Con demasiada frecuencia, algunos individuos se sientan en la cátedra del juez como “teólogos del apocalipsis” y proclaman confianzudamente que “Dios está bravo” o que “esta es la gran tribulación descrita por Juan en el Libro de la Revelación”, o que “Nuestra Señora de Fátima nos alertó sobre lo que está ocurriendo”.

La verdad es que nadie tiene acceso íntimo a la mente de Dios para conocer el sentir de Dios hacia cualquier cosa que Él no ha dicho a través de la Revelación o de la Iglesia. Ni hay nadie que tenga acceso al plan de Dios para la purificación de la humanidad.

Afirmar que Harvey, Irma, Corea del Norte, el terremoto en México, etc. son castigos de Diós es arrogancia. El hombre afirma conocer la mente de Dios en situaciones muy específicas. Pero las Escrituras nos recuerdan que nadie conoce la mente de Dios. “Con respecto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles en el cielo ni el mismo Hijo, sino solamente el Padre” (Mt 24:36).

¡No presumamos conocer la mente de Dios o entender porqué Dios permite que estas cosas ocurran! Recordemos que los desastres naturales han sido parte de la historia de este mundo desde el comienzo de su existencia. Afirmar que los desastres naturales de hoy en día son el gran castigo de Dios y la señal de los últimos días es presunción.

Sin embargo, no es presunción caminar con aquellos que sufren en estas situaciones. Hay muchas formas de hacerlo. Podemos ayudar a un vecino que se prepara para un acontecimiento natural o se siente desolado y confundido después de la tragedia. Podemos invitar a otros para que oren a Dios que dé a cada víctima lo que él o ella necesita, no lo que nosotros pensamos que necesitan. Debemos evitar la tentación de dictarle a Dios lo que Él debe dar y no dar a los demás como si fuésemos Sus supervisores.

Somos Sus servidores. Nos acercamos al Señor. Le pedimos que nos escuche. Le ofrecemos nuestras oraciones de petición para que Dios provea para los necesitados lo mejor para ellos. Junto a esto, también le pedimos a Dios que nos otorgue la gracia, la valentía, y la generosidad de salir al encuentro de aquellos que han sufrido a causa de estos acontecimientos. Dios quiere que nos acerquemos a ellos. Lo vemos en el Evangelio según Mateo: “Lo que han hecho por el menor de mis hermanos, lo han hecho por mí”.

En fin, citando Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida):

“Algunas amenazas [a la vida] provienen de la misma naturaleza, pero son empeoradas por la culpable indiferencia y negligencia de aquellos que en ciertas ocasiones pudieran remediarlas” (EV 10).

Jamás olvidemos que “fuimos rescatados de las vías fútiles de [nuestros] padres no con cosas perecederas como oro y plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha” (1 Pt 1:18-19).

No podemos quedarnos sentados intentando leer la mente de Dios. Estos acontecimientos ocurren para el bien de todos. La sangre de Jesucristo, al revelar la grandeza del amor del Padre, nos muestra cuán precioso es el hombre a los ojos de Dios y cuán valiosa e inestimable es su vida. Si vemos la vida como Dios la ve, entonces no nos sentamos a profetizar el Armagedón. Sencillamente hacemos lo que Dios mismo hizo: nos encarnamos en medio de aquellos que sufren, como Cristo mismo se encarnó y sufrió con y por ellos.

Published in: on September 12, 2017 at 5:23 PM  Leave a Comment  

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